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Sergio Osiroff
Ingeniero Pesquero

Ingeniero pesquero - Docente de la UTN Facultad Regional TdF - Marino Mercante


PANORAMA
De loberos, narconautas y cautivas

25/08/2024.

De loberos, narconautas y cautivas

Cazadores, en un sentido amplio

Un estudio del científico chileno Rubén Stehberg sobre “Pruebas arqueológicas de aborígenes del extremo Sur americano en las Shetland del Sur”, describe que como consecuencia del trabajo de campo de un biólogo en Isla Livingston, perteneciente a las Shetland (el grupo de islas antárticas más cercano a Tierra del Fuego), el Instituto Antártico Chileno encontró un cráneo y posteriormente dos fémures en la costa Norte de la isla mencionada. El estudio concluye en que el cráneo pertenece a una mujer india, con posible mestizaje europeo, afirmando que “esta mezcla se corresponde bien con la de algunos pueblos indígenas del extremo austral de Chile, de comienzos del siglo XIX, producto de su mestizaje con navegantes extranjeros cazadores de lobos marinos”.

Calavera no chilla

La noticia del hallazgo y su estudio subsecuente es reproducida por diversos medios, bajo el título replicado de “Aborígenes chilenos en la Antártida - El Misterio de la Isla Livingston”. En él, al margen de diversas opiniones acerca del arribo de antiguos habitantes del continente sudamericano a la Antártida, puede leerse que “La presunción de los investigadores es que, probablemente, el cráneo perteneció a una mujer indígena mestiza procedente del sur de Chile, reclutada a bordo de un buque lobero y que falleció en la región antártica”. También que “La costumbre extendida en la época era que … se hacía abordar a mujeres jóvenes para que sirvieran de entretenimiento sexual de la tripulación. Por motivos desconocidos la joven falleció y su cuerpo fue abandonado (o enterrado) en playa Yámana”.

El carácter chileno de los restos óseos (lógica orientación intelectual del INACH) bien puede proyectarse al Sur de la Argentina, en cuyas costas también hubo una extraordinaria actividad lobera y ballenera en la misma época, por parte de navegantes mayormente europeos. De este modo, el cráneo hallado no tiene por qué haber pertenecido a una persona de uno u otro lado de la frontera, ni mucho menos que aquella mujer supiera de la balcanización de Sudamérica y la imposición de límites políticos territoriales que permanecen hasta hoy. Solo sería consciente –imaginamos– de la afluencia repentina de buques y hombres comercialmente desesperados por lobos y ballenas. Y por indias para el entretenimiento.

La Tierra ya era redonda

Hablamos del siglo XIX, no de épocas en que, aún con sus aristas discutibles, podía ser entendible que se plantease si los indios tenían alma o no. Decimos ésto, para dejar de lado a Carlos V y Felipe II, a Cortés y Pizarro y otros malos de la película. Acá estamos más de tres siglos después de la aventura de Colón y del mandato real de “cásense españoles con indias e indios con españolas” de Isabel la Católica, en inédito uso explícito del lenguaje “inclusivo”, que no dejaba dudas respecto a que las indias eran algo más que objetos para esa potencia conquistadora. Tampoco vamos a meternos en una “Leyenda Rosa” que romantice benévolamente a españoles, pero la diferencia de épocas y actitudes conquistadoras, aunque más no fuese en un sentido formal, es importante. Estamos hablando, repetimos, de mujeres indias que en épocas de San Martín y O´Higgins, o en forma inmediatamente posterior a sus acciones, fueron utilizadas para la satisfacción sexual de tripulaciones de buques dedicados a la explotación de lobos y ballenas. Y que lógicamente, en el paulatino exterminio de la fauna explotable en costas patagónicas y fueguinas, arribaron a la Antártida.

Los narconautas

El modelo de explotación económico derivado de la revolución industrial funcionaba ya a pleno: se requerían materias primas para su procesamiento fabril en las metrópolis europeas y norteamericanas. Si no se entiende lo dicho, no se entiende el sentido de la súbita incorporación de la Antártida a la explotación comercial en el siglo XIX, o de la toma de Malvinas por Gran Bretaña. Lo de “gobierno ilegítimo” o terminologías semejantes, tan de uso nuestro –en particular en políticos y funcionarios– en apoyo a nuestros reclamos sobre las islas y espacios marítimos insulares, no solo sirven de retórica para consumo interno, sino de testimonio de la irrelevancia conceptual y el no entendimiento cabal del lugar en el mundo en el que estamos y jugamos. Planteamos el tema Malvinas y Antártida desde un universo moral que no tiene nada que ver con la cosmovisión de potencias económicas mundiales.

Ni siquiera tomamos nota de que la HMS “CLIO”, buque de guerra británico que tomó por la fuerza las Malvinas en 1833, es la misma HMS “CLIO” que posteriormente intervino en la primera guerra del opio contra China, en su “siglo de la humillación”. Es decir que el mismo buque que tomó Malvinas, después fue enviado a abrir mercados al narcotráfico, contra un gobierno chino que se negaba a la difusión del consumo de drogas en su población. No saber estas cuestiones, o ignorarlas, repitiendo consignas de legitimidades e ilegitimidades, derechos y territorios irredentos, etc etc, nos pone justamente en un universo moral completamente diferente al de la voluntad con la que mantenemos controversia. ¿Suponemos, en serio, que sucesivas declaraciones de Naciones Unidas, o de la OEA, significan algo? ¿Pero no vemos siquiera dónde se abastecen y carenan los buques de pesca con permiso británico en Malvinas? ¿De qué apoyos y hermandades hablamos? No se dice ésto para generar enojo, sino realismo.

Más respeto por los piratas

Usualmente utilizamos el término “piratas” para referirnos a quienes en su momento usurparon Malvinas. Pero, ¿cómo puede hablarse de “piratas”, cuando las islas fueron tomadas por fuerzas militares? ¿Dónde se ha visto un pirata que no haya obrado por su cuenta y riesgo? ¿Dónde se ha visto uno solo, en la historia del mundo, que haya tenido el poder de una potencia mundial atrás, cuidándole las espaldas?

Eran dos cosas distintas la piratería y el corso, aunque ante nuestra patética ignorancia parezcan lo mismo. Una cosa era jugarse los propios huesos abordando buques, como lo hacían los piratas. Y otra hacerlo por una paga y porcentaje del botín, asaltando y matando a cuenta de un capitalista que alistaba el buque, contrataba la tripulación y obtenía ganancias. Cosas tan distintas y distantes como pueden serlo un asaltante de camiones de caudales, que se juega el cuero a los tiros, respecto al ratero que intimida a trabajadores que esperan el bondi a las cinco de la mañana, en un área liberada por algún comisario.

A esta altura, y para horror –suponemos– de más de un lector, es oportuno traer a colación una frase que, acaso, contribuya a describir lo que se pretende decir, referida en este caso a la decadencia de España, su desaparición del Atlántico Sur y su reemplazo en la zona por las nuevas potencias dominantes: “Ya Don Quijote pagó caro el error de creer que la caballería andante era una institución compatible con todas las formas económicas de la sociedad”. Suponemos que “para horror” porque las palabras pertenecen a Karl Marx, tomo I del Capital. Si tuviéramos la capacidad de abstraernos por un segundo de las ideologías o lo que presumimos de ellas, veríamos la lucidez de ese razonamiento y entender, con independencia de lo que pensemos de su autor, el por qué los mestizajes son tardíos en el fin del mundo, y además con loberos europeos. Quizás podríamos, a su vez, trasladarla al presente y utilizarla para replantear nuestra postura frente a los conflictos que tenemos y asoman en el Atlántico Sur, y en el que tenemos enfrente no solo a una de las principales potencias económicas y bélicas del mundo, sino a una dirigencia de excepcional inteligencia.

En este sentido, el hecho de que el buque de guerra inglés que tomó Malvinas se haya dedicado después, por mandato de su mismo gobierno, a difundir el narcotráfico, no es algo que deba sorprendernos. El momento histórico es importantísimo, porque pone contexto y contribuye a explicar por qué aquellos hechos sucedían entonces y no antes: era necesaria la caída previa del imperio español, apropiarse de Malvinas y hacer presencia efectiva en el Sur Patagónico, en apoyo de la actividad lobera y ballenera. ¿Significa ésto sugerir algo de connotaciones negativas respecto a los “libertadores”? No, pero tampoco es cuestión de esquivar el bulto, porque el contexto histórico también es parte de la cuestión.

Solo quien estudia y entiende, quien deja la emotividad a un costado, contribuye a elaborar un andamiaje de políticas y acciones efectivas y factibles en el tiempo, en vez de andar hablando de principios en los que ningún poderoso del mundo cree, creyó ni creerá nunca.

La textualidad argenta

Volviendo a la cuestión, el acceso carnal sobre mujeres yámanas y alacalufes por parte de loberos, mayormente británicos y norteamericanos, es un secreto a voces, que hasta podría haber incluído a pastores anglicanos en estado de soledad (conste el uso del potencial). Cierto: no hay documentación, actas ni recibos por servicios sexuales. Acá estamos de acuerdo.

Una muy buena novela, Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson, claramente ficcional pero no por ello soslayable, salvo por los tontos fanáticos de la textualidad o el arreo de citas –que en la Argentina se cuentan a granel, especialmente entre los leídos–, se hace eco del tema.

Tema científicamente, por lo tanto –y al momento–, poco demostrable, a la vez que invisible en el relato pro británico y darwinista que prevalece en el imaginario popular, lo mismo que en el turismo patagónico y antártico internacional, pletórico de superhéroes que se atrevieron a retar las extremas dificultades de los confines del mundo. Pero en el que nada se dice de mujeres indias que pudieron haber sido parte del botín del que loberos, mayormente ingleses, nórdicos y yankees, dispusieron a su voluntad en las costas del Sur, particularmente a partir de las independencias de Argentina y Chile.

Mujeres que se convertían en cosas, como efecto colateral de la industria ballenera, en tiempos de revolución industrial.

Ecología para sensibles

Las Shetland no son normalmente el lugar paisajístico más apetecido en el turismo antártico. Todo el mundo quiere ir al Weddell, al Círculo Polar, al Sur del Estrecho de Gerlache, etc. Pero cuando se navegan los estrechos de las Shetland y se observan sus peñascos inabordables, sus escarceos, sus corrientes de marea, su meteorología durísima y cambiante, su casi imposibilidad de supervivencia sin apoyo externo, es difícil abstraerse de la suerte de la "SAN TELMO" y sus 600 hombres (ninguneados por el relato imperialista británico y, por lo tanto, también por nuestros inteligentes), perdidos en 1819.

Pero mucho menos, es decir mucho menos que en la SAN TELMO, que al fin y al cabo corrió una suerte que estaba entre sus probabilidades, se puede dejar de pensar en aquellas mujeres indias que habrían sido llevadas a servir de cosas, para el desahogo sexual de las tripulaciones de los loberos. Los mismos loberos y exploradores que pusieron nombres a la toponimia de esas mismas islas.

Hay mucha toponimia cómplice. Nombres que deberían dar asco.

Las directrices para visitantes de la Antártida han sido un aporte muy valioso para el turismo responsable en la zona. No nos acercamos a los pingüinos a menos de XXX metros. No navegamos en zonas de ballenas a más de YYY nudos de velocidad geográfica. Limitamos el número de buques y pasajeros, no se utilizan combustibles pesados, etc. No se hace nada que ponga en riesgo la fauna. Ni siquiera para que corra el riesgo de estresarse.

Tampoco pensamos un segundo acerca de aquellas mujeres sin nombre, llevadas a esas latitudes por quienes, en cambio, no solo legaron sus propios apellidos a la toponimia, sino que sus historias personales, prolijamente extirpadas de miserabilidades, se transformaron en referencia de la exploración y la aventura polar. Los cazadores de Moby Dick versión antártica, los exploradores por amor al conocimiento mismo, primaron casi que con inocencia frente a las indias sin nombre. Indias que tuvieron aún menos suerte que sus contemporáneas que deambularon por zoológicos humanos en Francia, Inglaterra, Alemania y otros países “civilizados”.

Nos falta bastante por aprender.