Fabio Seleme
Licenciado - Docente de la UTN y la UNPA
Sec. de Cultura y Extensión Universitaria de la Facultad Regional Tierra del Fuego de la UTN.
OPINION Combatiendo al virus y al capital
03/04/2020. La pandemia de coronavirus cambió drásticamente nuestra forma de vivir. Y si lo hizo fue porque antes cambió la forma de morir.
La pandemia de coronavirus cambió drásticamente nuestra forma de vivir. Y si lo hizo fue porque antes cambió la forma de morir. Muertes en soledad, rápidas, simultáneas y masivas han hecho caer en pocos días el telón de las inmanencias rutinarias de la realidad del mundo, arrojándonos a la intemperie de la contingencia absoluta. Esto no ha impedido que los “rockstars” del pensamiento global, como Zizek y Byung-Chul Han, hayan tirado las runas y apostado acerca de si el virus en el futuro debilitará o relanzará más fuerte al capitalismo.
Es obvio, sin embargo, que una molécula no tiene capacidad ni para una ni para otra cosa. Justamente porque lo irrepresentable de la enfermedad y la muerte son parte de lo real y no de la realidad que lo inviste. El procesamiento de la muerte, de la crisis de sentido y de la evidencia de lo real que ha traído la catástrofe es lo que sucederá de acá en más. La realidad volverá, pero la forma en que lo haga no la decidirá el virus sino nosotros. Nada cambiará necesariamente después de esto, pero todo puede cambiar.
Nuestra ubicación en los perímetros de la organización del mundo hace relativamente simple ver que esta pandemia, aunque se ha configurado velozmente como un riesgo invisible para todos al mismo tiempo, representa en esencia una crisis de la centralidad del mundo. La hemos visto venir. El virus comenzó y se dispersó desde los países centrales hacia los periféricos por las respuestas sin convicción y tardías que dieron las grandes potencias al problema. El virus se irradió desde China a Europa y de Europa a Estados Unidos y luego al resto de la tierra como una “time lapse” del movimiento del corredor civilizatorio, que comenzó hace miles de años y terminó envolviendo la totalidad del globo con su progreso y desgracia en el presente.
Justamente a ellos no se les puede señalar ineficiencia. Si las respuestas no fueron inicialmente contundentes en los países centrales fue para preservar precisamente la actividad económica productiva, de consumo y financiera que es la base de sus supremacías violentas. Se rehusaron a una “parada técnica” para no frenar los flujos de mercancías y capital y aceleraron el flujo viral. Finalmente, han provocado una “parada por rotura” en la “perpetual motion” del sistema económico capitalista y un colapso en el centro de sus tramas de sentido, que tienen subsumidos todos los aspectos de nuestras vidas como individuos y nos mantiene como país subordinado.
La eficiencia biológica del virus tuvo aliento político. Por todo esto si la pandemia nos ha igualado a todos en el riesgo, no lo ha hecho en la responsabilidad ni en los recursos. Objetivar y ejecutar esta asimetría de cargo entre los países centrales y las naciones periféricas afectadas es una tarea fundamental y básica al plantear la cuestión desde una perspectiva que nos permita ver nuestras opciones.
Pero ni ésta ni ninguna otra reconfiguración de la realidad futura ocurrirá de manera autónoma. Tampoco la solidaridad, que a partir del sacrificio individual del aislamiento busca preservar al conjunto de la amenaza metastásica del virus, tendrá una traducción automática en la vida social futura. Para que efectivamente la situación cooperativa actual y de contención general se operativice en una realidad distinta hay que encontrar el modo en que los mecanismos colaborativos y comunitarios de solidaridad infectológica se vuelvan instituciones económicas y políticas. Eso exigirá además de convencimiento, sacrificios individuales de otros tipos. Económicos y políticos, por ejemplo, que permitan una distribución justa de la riqueza para garantizar el acceso a los bienes sociales a la totalidad de la población, incluidos los que en estado de “normalidad” viven a la intemperie y en riesgo permanente. Pero también culturales e ideológicos que reemplacen la hegemonía del hedonismo nihilista, que sostiene la actual jerarquía de valores y nuestras preferencias.
El capital, sin embargo, si se ha visto detenido ya está volviendo por sus fueros con sus capitanes al estilo Paolo Rocca con su lógica maquinal de acumulación y su extorsión a la sociedad, más allá de lo que opine cualquier sanitarista. La realidad previa a esta crisis no se retirará mansamente por una microscópica partícula que coloniza las células de otros organismos para reproducirse, aunque los muertos se cuenten por cientos de miles. El mejor ejemplo de esto son las declaraciones de Dan Patrick, vicegobernador de Texas, quien declaró que había que “sacrificar vidas para salvar la economía”. Esta expresión sintetiza toda una serie de declaraciones de líderes mundiales y empresariales tendientes a recobrar la normalidad de las actividades productivas y comerciales pagando el precio que haya que pagar y asumiendo una suerte de darwinismo social extremo. Lo ilustrativo de estas declaraciones de Dan Patrick es que muestran brutalmente de qué se trata en el fondo y en esencia un proyecto político profundo como el capitalismo. Se trata de un discurso que en última instancia da representación simbólica e inviste de sentido a la muerte.
Para contestar y derrotar a ese proyecto no bastará esgrimir liberalismos sacralizadores de derechos individuales, no alcanzará con ínfimas regulaciones socialdemócratas o apelaciones románticas a la solidaridad de los ricos. Para que esto cambie y podamos superar la crisis sanitaria como transición a una mejor sociedad son necesarias reformas cabales para articular otro proyecto político. Uno que subordine el capital a fines humanos, organizando a la comunidad en una discursividad que dé un significado a la vida, diferente al del mercado y por lo tanto dé un sentido distinto también a la muerte.