la Segunda Guerra Mundial dio un giro inesperado en junio de 1941, cuando Hitler traicionó su extraña alianza con Stalin atacando la Unión Soviética, en la llamada Operación Barbarroja. Los aliados se apresuraron a aprovechar la circunstancia para llevar a la URSS a su bando y una de las condiciones, exigida por el gobierno polaco en el exilio, fue la liberación de los ciudadanos y militares que habían sido apresados en el reparto de Polonia entre los alemanes y los soviéticos. Así, de repente, 40.000 soldados y 26.000 civiles se encontraron a su merced en las inmensas estepas de Asia central y, un año más tarde, emprendieron el camino de regreso: los militares, no queriendo combatir junto con aquellos que habían invadido su país, prefirieron unirse al ejército británico en Palestina.
En Irán fueron recibidos por las fuerzas del Reino Unido, con presencia militar en el país aunque este oficialmente se mantenía neutral. Allí los soldados se reorganizaron en dos divisiones que serían destinadas al Líbano y a Palestina, donde se encontraban otras fuerzas de la resistencia polaca. Para ello les esperaba primero una penosa marcha a través de los montes Zagros, la abrupta cordillera que separa Irán e Irak. Y fue allí donde se produjo el encuentro: durante la travesía se toparon con un niño kurdo que llevaba un osezno en un saco; la madre del cachorro, presumiblemente, había sido muerta por cazadores.
''Los soldados polacos adoptaron a Wojtek y cuidaron de él en su viaje hacia Palestina, improvisando un biberón con una botella de vodka''.
El pequeño animal se encontraba en malas condiciones, lo que seguramente despertó la compasión de los soldados polacos, que sabían muy bien lo que era pasar penurias. A cambio de quedarse con el osezno ofrecieron al niño comida, golosinas y, lo que le llamó más la atención, una navaja suiza con bolígrafo incorporado. El chico aceptó el trato y el oso se fue con su nueva familia hasta Palestina. En el camino, sus condiciones de salud fueron mejorando gracias a que los soldados improvisaron un biberón a partir de una botella de vodka, con el que le daban leche de sus raciones, una alimentación que fueron complementando con fruta, miel y jarabe a medida que el osezno crecía.
EL GUERRERO SONRIENTE
Cuando las divisiones llegaron a su destino en octubre, el animal ya había desarrollado un fuerte vínculo con sus inesperadas niñeras. Wojciech Narebski, el oficial al mando de las fuerzas polacas, se llevó una buena sorpresa al ver al oso ya adolescente en el campamento, pero no quiso quitárselo al ver la moral que infundía en las tropas y la relación que tenían: “Era como un perrito. Le daban leche de una botella como si fuera un bebé, así que sentía a esos soldados como sus padres, confiaba en ellos y era muy amistoso”. Además, el osezno compartía su mismo nombre: Wojtek, un diminutivo de Wojciech, que significa “guerrero sonriente”.
La presencia de Wojtek en el campamento no era del agrado de todos: a causa del calor de la región, el oso buscaba cualquier manera de refrescarse. Eso incluía destrozar las provisiones de cerveza, bebida a la que desarrolló una notoria afición, y colarse en las duchas, que aprendió a usar por sí mismo, causando un fuerte descontento entre otras unidades del campamento. Además, algunos soldados le adiestraron para gastar pesadas novatadas a los nuevos reclutas, a los que agarraba cabeza abajo haciéndoles creer que se los comería.
''La presencia de Wojtek en el campamento no era del agrado de todos, pues saqueaba las provisiones, se colaba en las duchas y gastaba novatadas a los nuevos reclutas''.
Sin embargo, su suerte cambió el día en que, en una de sus incursiones en las duchas, Wojtek hizo salir despavorido a un espía que se había infiltrado en el campamento: como premio por la gesta -seguramente involuntaria- se le asignó su propia ración de cerveza y tiempo de ducha ilimitado, un gran privilegio teniendo en cuenta que el agua era escasa. El oso se integró completamente en el cuerpo, aprendiendo incluso a desfilar a dos patas. Los soldados jugaban a lucha libre con él y le daban comida, alcohol -debido a su gran peso nunca se emborrachaba- e incluso cigarros que él se tragaba.
PRUEBA DE FUEGO
En 1944 las tropas polacas fueron reclamadas en Italia: por aquel entonces el país se encontraba dividido entre los aliados, que habían logrado ocupar el sur del país, Cerdeña y Sicilia, y la República de Saló, el remanente fascista apoyado por los nazis, que retenía el control de los territorios del norte a partir de Roma y Pescara. Una cadena de fortificaciones conocida como Línea Gustav impedía el avance a los aliados y su enclave más estratégico era el valle dominado por la abadía de Montecassino, único paso llano hacia Roma. Tomar ese lugar iba a ser una misión decisiva y por ello se le destinó un importante número de contingentes.
A la hora de subir al barco que los llevaría a Italia, Wojtek se encontró con un problema, el ejército británico no permitía mascotas a bordo. Pero los polacos, que no querían separarse de su compañero, encontraron una ingeniosa solución: alistarlo oficialmente como parte de la 22ª Compañía de Suministros de Artillería, con su pertinente documentación, rango -soldado raso- e incluso su propia paga, uniforme y tienda. Al parecer el encargado británico de supervisar las tropas consideró que el trámite burocrático estaba resuelto y lo dejó embarcar sin más, según dicen incluso le dio una palmadita en el hombro y le deseó buena suerte.
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Sus compañeros de armas lo siguieron visitando a lo largo de los años: le traían cigarrillos, la cerveza que tanto le gustaba y a veces se colaban en su recinto para jugar y luchar con él como en los viejos tiempos. Wojtek no solo les recordaba sino que reconocía enseguida la lengua polaca y saludaba entusiasmado apenas la oía en boca de alguien. Se convirtió en un icono del zoo e incluso aparecía en programas de la BBC, pero algunos de sus compañeros lo veían cada vez menos animado: es posible que tras pasar toda su juventud en el ejército, esa vida monótona no le ofreciera ningún aliciente. Los ex soldados propusieron liberarlo en los bosques de Escocia, pero las leyes británicas no lo permitían.El ejército británico no permitía mascotas, pero los soldados polacos encontraron una ingeniosa solución: alistar oficialmente a Wojtek con su pertinente documentación, rango, paga, uniforme y tienda''.
La batalla de Montecassino fue una de las más duras que se libraron en suelo italiano y la artillería aliada tuvo un papel fundamental. Durante la batalla, Wojtek, que había aprendido que si imitaba lo que hacían sus compañeros humanos a menudo se ganaba alguna recompensa, ayudó a transportar cajas de municiones y con su gran fuerza y resistencia fue una ayuda decisiva: finalmente los aliados consiguieron tomar Montecassino, con un papel destacado de las fuerzas polacas. Como reconocimiento al mérito de Wojtek, fue ascendido al rango de cabo y la 22ª Compañía adoptó como nuevo emblema la insignia de un oso transportando un proyectil.
El veterano más famoso del ejército polaco falleció en 1963 a la edad de 21 o 22 años. Su muerte tuvo una gran repercusión en los medios, se le tributaron honores de héroe de guerra y se le dedicó una placa, en una emotiva ceremonia a la que acudieron muchos de sus compañeros de armas. En 2015, escoceses y polacos organizaron una colecta de 300.000 libras para erigirle una estatua en los jardines de West Princes Street, en Edimburgo. El monumento está esculpido en granito de las montañas polacas y fue inaugurado por Wojciech Narebski, el oficial que lo había aceptado entre sus filas en Palestina años antes, dando oportunidad a que naciera una leyenda. “Wojtek no pudo regresar a Polonia” -dijo entonces- “pero permanecerá sobre tierra polaca”.